Serviliano Vallejos: un hijo de la Isla Santa Rosa que nunca dejó de soñar con volver a verla viva
Hoy, con 64 años, lleva adelante su emprendimiento, el Complejo Caá Catí, sobre Av. San Martín 5000 en Barranqueras.
Hablar de Serviliano Vallejos es hablar de la historia viva de la Isla Santa Rosa, de esos recuerdos que aún hoy emocionan y que forman parte de la identidad de Barranqueras y la zona ribereña. Su abuelo fue uno de los primeros pescadores de anzuelo allá por 1910, cuando la vida en la isla estaba marcada por la pesca artesanal y por la fe. Ese legado de los abuelos todavía late en su memoria.
Serviliano nació en la isla, de la mano de una partera del lugar, doña Ramona Acuña de González, abuela del profesor Rubén Benítez. Se crio junto a su papá, un pescador comercial, después de que sus padres se separaran cuando él tenía apenas 7 años. Su hermana se fue a vivir con su mamá a Empedrado, Corrientes, y él quedó en la isla, acompañando a su padre en las faenas de pesca. Recién volvería a ver a su madre diez años después, y a su hermana, pasados 25 años.

Desde muy chico, el río lo fue forjando: “soy pescador desde la cuna”, asegura. A los 7 años ya trabajaba a la par de su padre, aprendiendo cada detalle del oficio. En aquellos años la vida de los isleños era dura, pero solidaria. En época escolar, se quedaba en casas de familias humildes que lo recibían como a un hijo más para que pudiera estudiar: la familia Olivera fue una de ellas, a quienes hoy sigue considerando como hermanos de la vida.
El recuerdo de la educación lo emociona profundamente. En tercer grado, a sus 9 años, su papá lo llevo al Hogar Escuela de Corrientes, donde podía estudiar, dormir y tener alimento. Aunque lo vivió como un golpe y un nuevo abandono, fue también una oportunidad para seguir formándose. Después de cursar allí, regresó a la isla para terminar el sexto grado, con un gran sueño, se propuso ser abanderado. En la Escuela Santa Rosa, su compañero de grado era nada menos que el hijo del director de la escuela, y él soñaba con competir por la bandera. Sabía, en el fondo de su corazón, que en esas condiciones jamás podría lograrlo. Esa certeza lo empujó a tomar una decisión valiente: dejar la Isla Santa Rosa y caminar solo hasta la Escuela N°30 de Barranqueras, donde pidió ser aceptado para terminar la primaria. Allí el desafío se duplicó: sus nuevos compañeros venían juntos desde primer grado y hasta con lugares privilegiados ante las maestras. Aun así, con esfuerzo y convicción, amantes de las matemáticas y la historia , alcanzó lo que parecía imposible: terminó séptimo grado siendo abanderado de la Escuela N°30, un orgullo que aún guarda en su corazón.
De la vida en la isla recuerda también la forma en que vivían de la pesca y la caza. “En el río se comía lo que la naturaleza ofrecía: pescado, iguá, garza, yacaré, carpincho. La carne llegaba cada tanto, cuando las lanchas acopiadoras de pescados traían, también mercaderías. “Entonces, la secábamos, hacíamos charque, y la guardábamos envuelta en papel de bolsas de harina. Con eso se hacían guisos o polentas”, relata. Podían pasar más de un mes entero en el río, hasta volver a tierra para descansar, cobrar y comprar suministros.
La historia de la pesca también está en su memoria: primero los anzuelos, luego la llegada del mallón en 1935. Y recuerda a los primeros acopiadores de pescado en Barranqueras, como los hermanos Francisco y Pepe Ivar, que tenían dos lanchas, la más grande se llamaba San Fernando, también tenían la cámara para conservar el pescado. También, estaba el acopiador Marba, nombres que marcaron el oficio y el comercio de la pesca.
Ya adolescente, a los 18 años, se fue a Barranqueras. Trabajó en un taller metalúrgico, vivió en la casa de una tía en Belgrano y Asunción, y luego hizo el servicio militar en la compañía de comunicaciones del Ejército. Allí conoció a un superior, que lo marcó y lo alentó a estudiar en la Escuela Sargento Cabral. Se formó como conductor motorista, capacitado para manejar camiones, camionetas y tanques, su primer destino fue la compañía de comunicaciones, tuvo 11 pases, recorrió distintos puntos del país, siendo la última base en corrientes donde se jubiló a sus 53 años
Los comienzos del Puerto de Barranqueras recuerdosque navegan en el tiempo
Uno de los recuerdos de su vida militar fue la creciente del 83, cuando le tocó manejar camiones para evacuar a familias isleñas hacia los galpones de la vieja Fabril, y trasladar a los vecinos de Villa Río Negro en Resistencia.
Hoy, con 64 años, lleva adelante su emprendimiento, el Complejo Caá Catí, sobre Av. San Martín 5000 en Barranqueras. Se trata de un predio de una hectárea habilitado como camping y espacio recreativo desde 2019, inaugurado con una colonia de vacaciones. Allí hoy se realizan jornadas de instituciones educativas, encuentros de jóvenes, campamentos parroquiales y actividades de iglesias evangélicas. El complejo honra sus raíces: su nombre recuerda a Caá Catí, en Lomas de Vallejos, de donde vinieron sus abuelos a principios de 1900.
Pero más allá del emprendimiento, el corazón de Serviliano sigue latiendo con fuerza por la Isla Santa Rosa. Sueña con volver a verla habitada, con recuperar su riqueza natural y su potencial como comunidad viva, con devolverle el brillo a las celebraciones de la Virgen que marcaban la vida espiritual de los isleños. “La isla nos dio identidad, nos formó como personas y como profesionales. Allí aprendimos a ser solidarios, a caminar con Dios y a soñar”, asegura con emoción.
Para Serviliano Vallejos, recordar la isla no es nostalgia: es esperanza. La esperanza de que vuelva a ser ese lugar de encuentro, de fe y de comunidad que lo vio crecer y que, en el fondo, nunca dejó de habitar en su corazón.
Almuerzo de camaradería organizado por el profesor Rubén Darío Benítez, donde celebramos historias que nos unen y nos inspiran
Para quienes quieran visitar el complejo;
📍 Complejo Caá Catí – Av. San Martín 5000, Barranqueras
📅 Habilitado desde 2019
🌿 Actividades: colonias escolares, campamentos, encuentros religiosos y comunitarios




