18 de Mayo Día de la Escarapela

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escarapela

Belgrano y la escarapela. Ilustración de Osvaldo Révora.

En celeste y blanco, un símbolo que encarna el sueño de soberanía, justicia y libertad

Creada por inciativa de Manuel Belgrano para reafirmar una identidad independentista, la escarapela ha sido motivo de controversia. Sus impulsores, la fecha en que se recuerda su creación e incluso los colores estuvieron en entredicho. Sin embargo, arraigada en la cultura popular, desde hace más de dos siglos simboliza el anhelo de soberanía, justicia y libertad.

 

Ni hoy ni mañana ni pasado. Tal vez nunca. El día de la escarapela. El dicho popular apela a la metáfora y a la historia para dar cuenta de un entrevero. La celebración cambió cuatro veces, oscilando entre el 18, 19 y 20 de mayo, para finalmente imponerse el 18.

También sobre sus colores hubo vacilación: blanco, rojo, celeste y blanco, azul-celeste y blanco. Incluso llegó a designarse a French y no a Manuel Belgrano como su creador.

Pero lo que siempre estuvo claro, entre quienes la lucieron ayer y la portan hoy, es que más allá de la efeméride de lo que se trata es de “poner el pecho”. Reconocerse, pertenecer y estar del lado que hay que estar: de los nativos y no de los ingleses; de los patriotas y no de los españoles; de la Patria y no de la colonia.

La escarapela en la solapa del traje recién planchado o del poulover desilachado es una declaración pública. Poner el pecho ante la mirada común por una causa, por un puñado de valores, por un proyecto más o menos realizable, siempre en construcción. Tal vez por eso el día de la escarapela, que no iba a llegar nunca, aún se hace presente.

Identidad y pertenencia

Los españoles intensificaron los ataques contra las costas del río Paraná a fines de 1811. Ante esa situación el Triunvirato envió a Manuel Belgrano a Rosario, quien logró contrarrestar las agresiones e instalarse en las barrancas del Paraná. Allí instaló una batería a la que llamó Libertad.

Belgrano quería profundizar la lucha por la independencia. Y sabía que ésta también se construye desde la identidad. Entonces escribió a Buenos Aires. Pidió permiso para que sus soldados utilizaran una cinta azul-celeste y blanco que los identificara. Una escarapela que los diferenciara de aquellos que luchaban por el absolutismo y el colonialismo. Otra manera, simbólica, de poner el pecho que arriesgaban en el campo de batalla.

A través del decreto del 18 de febrero de 1812 el Triunvirato dispuso crear una “escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata de dos colores, blanco y azul-celeste, quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían”. Era el diseño propuesto por Belgrano.

Don Manuel se entusiasmó. Respondió al Triunvirato que el 23 de febrero de 1812 entregó las escarapelas autorizadas a sus tropas. Y agregó: Para que “acaben de confirmar a nuestros enemigos de la firme resolución en que estamos de sostener la independencia de la América”.

Una carta, una bandera

Cinta divisa insignia En el pecho el sombrero o la solapa la escarapela seala desde sus orgenes el sueo de soberana justicia y libertad

Cinta, divisa, insignia. En el pecho, el sombrero o la solapa, la escarapela señala desde sus orígenes el sueño de soberanía, justicia y libertad.

La carta preocupó al hombre fuerte del Triunvirato, el secretario Bernardino Rivadavia. Según el historiador Felipe Pigna, Rivadavia “estaba preocupado en no disgustar a Gran Bretaña, y a su embajador en Río de Janeiro, Lord Strangford, con quien estaba negociando la retirada de los portugueses de la Banda Oriental, a condición de que no se mencionase el tema de la independencia”.

Pero Belgrano seguía adelante. El 27 de febrero de 1812 inauguró una nueva batería, la  llamó “Independencia” e hizo formar a la tropa frente a la bandera que había cosido doña María Catalina Echeverría, una vecina de Rosario.

La enseña tenía los colores de la escarapela. Oficiales y soldados juraron fidelidad: “Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad”.

El Triunvirato acusó recibo. Le ordenó a Belgrano “la reparación de tamaño desorden”, le advirtió que no le permitirían sacrificar “hasta tan alto punto los respetos de su autoridad” y lo intimó a que “a vuelta de correo de cuenta exacta de lo que haya hecho en cumplimiento de esta superior resolución”.

Belgrano respondió que había seguido usando la bandera (la correspondencia tardaba varios meses en llegar a destino) y que incluso la había bendecido el 25 de mayo de 1812 en la Catedral de Jujuy. Sin embargo, acata la orden del Triunvirato. Concede  destruir la bandera “para que no haya ni memoria de ella”.

Pero agrega: “Si acaso me preguntan responderé que se reserva para el día de una gran victoria y como está muy lejos, todos la habrán olvidado». Pero esto último no ocurrirá. El Segundo Triunvirato, que había asumido en octubre de 1812 bajo la influencia de José de San Martín y Bernardo de Monteagudo, avaló lo actuado por Belgrano y deshizo lo resuelto por Rivadavia. Había así escaperala con bandera

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